miércoles, 6 de febrero de 2008

Las restricciones del ingreso irrestricto

Por José Guillermo Godoy (*)


especial para Agencia NOVA


Según Marcos Aguinis, desde hace décadas, los argentinos transformamos en tabú el tema del ingreso irrestricto. No se puede ni siquiera analizar. Quienes apenas insinúan alguna variación, reciben el automático anatema de reaccionarios. Por mi parte, so pena de esta obcecación, que habita como un dogma en el macrocosmo político universitario, me animaré a razonarlo desde una perspectiva abierta y crítica. Y que mejor época que ésta, en donde los jóvenes, que finiquitan sus estudios secundarios, comienzan a avizorar la carrera a seguir el año entrante, o a prepararse, según la disciplina elegida, en los cursos de ingreso de los meses de febrero y marzo.En el altercado estudiantil argentino, ingreso “irrestricto”, brinda disímiles ataderos conceptuales, según sea la “afinidad electiva” que se perciba.
Para algunos, ingreso “irrestricto/mayor número de alumnos”, se vincula con ideas como de “democratización/igualdad”. Para otros, el mismo concepto está relacionado con “baja calidad/despreocupación”. En este último caso, “examen de ingreso/calidad/excelencia” parecen constituirse como conceptos que se atraen.La forma más eficiente de mejorar la aptitud del debate, sobre este tema, es “desanudar”, esas supuestas afinidades electivas de dichos conceptos. Como veremos, ni el ingreso irrestricto mejora la igualdad de las posibilidades de inserción de los ingresantes a las Universidades; ni los exámenes de ingreso se enlazan, necesariamente, con el mejoramiento de la calidad o excelencia académica. Numerosas instituciones universitarias tienen limitado su ingreso y no por ello su calidad resulta tan evidente.Hubo un momento, en que el ingreso irrestricto sirvió para romper el monopolio de una limitada franja social, con censuras en las cátedras, bolillas negras en los concursos e impúdicas discriminaciones étnicas y clasistas, tanto para los estudiantes como para los docentes. “El ingreso irrestricto fue un antídoto contra la ponzoña de los cavernarios” (Aguinis). De manera, que se mantuvo la noción generalizada, de que ingreso irrestricto es sinónimo de justicia.
Así de claro, como de discutible. Sin embargo, habría que plantearse varias cuestiones: en alguna parte de la Universidad, ¿es exitoso el ingreso irrestricto? Vale tomar como ejemplo a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán, la más grande del norte argentino, que cuenta en su haber con 17.000 inscriptos y un ingreso de 6.000 alumnos anuales. El ingreso irrestricto, ¿mejoró la calidad academia en esa facultad? Como alumno de esa casa de estudio, debo decir que, lamentablemente, no. El ingreso irrestricto, ¿bajó el nivel de deserción? Definitivamente no. De 6.000 alumnos ingresantes, solo la mitad pasa a segundo año.
Cuestiones con la calidad académica y la deserción.
Para una postura, masividad es inversamente proporcional a calidad académica. Lo cual, en gran parte es cierto. Ningún establecimiento, está en condiciones de brindar excelencia cuando se atiborra. Está comprobado que para dar buenas clases, el número de alumnos por curso no puede superar los 25 ó 30 cursantes. ¿Por qué? Porque, como sostienen destacados maestros de la pedagogía, dar clases no consiste en que un profesor sea parte ante cientos de alumnos y hable durante una hora y media o dos. Eso no es dar clases. Eso es dar conferencias, donde la participación del público es mínima. Una clase bien dada, consiste en que el profesor plantee temas a los alumnos, que los estimule a su razonamiento y contribución. Un buen profesor dicta clases que van más allá de lo que necesariamente tienen que leer los alumnos como lecturas obligatorias.
Sin embargo, es peligroso, que éste sea el único argumento a favor del examen de ingreso, pues implicaría, considerar al examen como un elemento exclusivo de eliminación, para que unos pocos estudien mucho y bien. Los cursos de nivelación y exámenes de ingreso, tienen otros objetivos.
Al problema de la masividad, los sectores llamados progresistas, responde con la propuesta de un mayor presupuesto universitario. Hay que elevar la oferta, y tornarla acorde a las exigencias sociales. Es decir, más presupuesto para más aulas y profesores. Sin embargo, es una lástima que este tema no sea tan sencillo. Equivocan el enfoque. Presupuesto universitario, que es inversión y gasto (pues toda inversión, en un primer momento, implica un gasto), tiene que estar destinada a incentivar las condiciones de preparación del alumnado y de los sectores docente, y a mejorar la calidad y situación de estudio de aquellos que tiene ganas de estudiar y que efectivamente estudian, o de aquellos que tienen ambiciones de estudiar, y por cuestiones económicas, no lo pueden hacer. El dinero no debe estar sentenciado a engrosar, la caja de la burocracia universitaria, y de la militancia rentada. Además, por más alto que sea el presupuesto, el examen de ingreso siempre será necesario, pues este último tiene otros objetivos, como veremos más adelante.
En fin, los sectores llamados “conservadores” resuelven el problema de la masividad, con exámenes de ingreso y cupo. Los sectores llamados “progresistas” con mayor presupuesto. Ambos equivocan el enfoque.
El estudio llamado P.I.S.A (Programme for Internacional Student Assessment), realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), es uno de los más importante en cuanto a escala y profundidad. Sus resultados, muestran que en la Argentina el 69% de los jóvenes de 15 años no puede comprender textos extensos o relacionar cortos con distintos temas. Tales resultados, corroboran las quejas de varias universidades e institutos terciarios, acerca del bajo nivel de los alumnos que quieren ingresar en ellos. Aquí reside, creo yo, el quid de la cuestión. En la Facultad de derecho de la UNT, las agrupaciones mayoritarias se oponen a la introducción de un examen de ingreso o cursillo de nivelación, por que consideran que este ya está dado en el mismo primer año de la carrera, en donde los ingresantes, cursan materias de estricto carácter propedéutico. Paradójicamente, las agrupaciones que basan sus campañas en el ingreso irrestricto, son los propulsores de la barrera más perniciosa para el alumnado. De cada 6000 ingresantes en la Facultad de Derecho, menos de la mitad pasa a segundo año. Y esto se debe, principalmente, a que los estudiantes, con nivel académico bajo, dado por el apresto secundario, se topan con materias de contenidos universitarios. Evidentemente, es problema de la escuela media. Pero, ¿que debemos hacer desde los estratos universitarios? En fin, darles a los estudiantes una herramienta, para que con ella, acerquen su nivel al universitario, y de ese modo estén más preparados para el cursado. Las materias de primer año de la Facultad de Derecho, así sean de carácter propedéutico, tienen estricto contenido universitario. Vale decir, son parte de la misma carrera. Jamás podrían funcionar como exámenes de ingreso o cursos de nivelación, por que un auténtico curso de nivelación, debe contener un nivel intermedio. Ni secundario, ni de grado.
Que un examen de ingreso (así llaman las agrupaciones mayoritarias a primer año), tenga contenido universitario, es una crueldad académica, traducido en la práctica como, la restricción más grande al alumnado. Sin embargo, incongruentemente, éstas cofradías, que supuestamente están en contra del examen de ingreso y del cursillo de nivelación, por considerarlas medidas restrictivas, que solo sirven como un burdo obstáculo para el publico universitario, apoyan esta mesura. Esto demuestra que sus propuestas, se basan más en la demagogia, que en la razón.
Conclusión.
En nuestro país, el ingreso universitario, es un campo de análisis poco estudiado, que solo funciona como generador de grandes debates en los medios de comunicación. Por su parte, el ingreso irrestricto, tiene como principio fundamental, brindar la igualdad de oportunidades en el acceso a la universidad, a todos los egresados del nivel medio. Pero, al no tener políticas compensatorias de las diferencias de base, hay un gran porcentaje de alumnos que desertan del sistema. El aumento de la matrícula como consecuencia del ingreso irrestricto, no significa una mayor cantidad, y mucho menos calidad, de graduados. Como queda claro, el fin del examen de ingreso, no es reducir la masividad, por más que sea, en algunos casos, una consecuencia indirecta de su implantación, sino principalmente crear las herramientas, para acercar la escuela media a los ámbitos universitarios y de esa manera aumentar la calidad de estudio y bajar la deserción. Es precisamente una medida en contra de las propias restricciones del alumno, signada por su pobre condición académica, provocada por su paso por la escuela media. Desde luego, deberíamos hacer exámenes trasparentes y quitarles el odioso habito del eufemismo.
En fin, el examen de ingreso, es una medida a favor del alumno, y no en contra de éste.


(*) Es estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán.Secretario de Asuntos pedagógicos del Centro Único de Derecho de la UNT, por la agrupación FED pro.Presidente de CEIN TUCUMÁN.Integrante del programa de líderes locales de la Fundación Atlas 1853.

domingo, 12 de agosto de 2007

Aclaraciones al Morocho del Caribe


Esta semana, el singular caribeño visitó nuestro país en una gira, que como ya es costumbre, tiene tanto de mediática como poco de fructífera. Hace unos días el mismo presidente, ya vitalicio, de la hermana bolivariana de Venezuela, rompió su propio récord televisivo al estar 8 horas en el aire, en su exitoso programa, “aló presidente”. Con la billetera cargada de petrodólares producto de los altos precios del barril de crudo, que la globalización que tanto critica, provocó, se dispuso a la compra de bonos argentinos y a engrosar las reservas monetarias nacionales, convirtiéndose, de ese modo, en el principal accionista de la sociedad matrimonial K.
Su visita puede definirse como un conjunto de coloquios de prensa, con preguntas maliciosamente “sorteadas” y demagógicamente contestadas. Dos expresiones capturaron mi atención. En una oportunidad afirmó, que Argentina fue, a comienzo del siglo XX, una nación próspera, de las más rica de la tierra, “el granero del mundo le llamaban”, exclamó Chávez. En un momento creí haber encontrado una expresión cuerda en su inane discurso, pero claro que no, faltaba la segunda parte. Y prosiguió: “Luego, esta nación, dejó de ser un país rico cuando llegó el neoliberalismo, y las privatizaciones, etc…”.
Primera aclaración: es cierto que la Republica Argentina era una potencia a comienzo del siglo XX, que ostentaba los índices sociales más avanzados de la tierra, y es verdad también, que por su pujante producción agropecuaria, era llamado el “granero del mundo”. A esto, solo una acotación sustancial: cuando la elogiosa Argentina del siglo XX era la octava más rica del mundo, regia en el país un sistema liberal. De manera que el mismo Chávez, con las expresiones de halago a la Argentina de comienzo del siglo XX, está haciendo la mejor defensa al sistema capitalista-liberal.
A mediados del siglo XIX, la Argentina era una nación relegada en el fin del orbe, con menos habitantes que Bolivia y el común de la población en los umbrales de la pobreza. Hasta que en 1853 se instituyó una Constitución de autentico cuño liberal que preveía en su texto, la institucionalización de la propiedad privada, la desregularización y la apertura económica, es decir todos los principios a los que el señor Hugo Chávez se opone y paradójicamente imputa los fracasos nacionales. Y es así como, gracias a la aplicación de este conjunto de principios, la Argentina consiguió tener la renta per. capita superior a Francia, los salarios iguales a los de Estados Unidos, en fin, un país que atraía al 10% de la inmigración mundial.
Justamente, los hijos de aquellos inmigrantes, comenzaron a irse de nuestro país con el advenimiento de Juan Domingo “compañero” Perón, que vino a suplantar el régimen conservador y liberal vigente hasta ese entonces, estatizando todas las empresas públicas, dando un vuelco sumamente pernicioso en la política exterior y nacionalizando el comercio exterior. Basta rememorar el Instituto Argentino de Promoción para el Intercambio (IAPI), aplicado durante la presidencia del Coronel Perón. Este organismo le pagaba a los productores locales, 200 pesos la tonelada de trigo, cuando el precio internacional era de 600 pesos, quedando un margen enorme en las arcas del Estado. De ese modo se perdió el incentivo para la producción, en un contexto de instituciones endebles que menoscabaron agudamente la seguridad jurídica y la previsibilidad, se desmoronó la inversión privada y por consiguiente la Argentina dejó de ser el Granero del Mundo.
Nada más remoto al terreno del ser, el sostener que nuestra nación emprendió un punto de inflexión hacia la decadencia cuando inició el proceso privatizador, ya que en el brote de aquel siglo, cuando la Argentina era una nación próspera, como el mismo líder caribeño lo recordó, todos los activos y servicios públicos estaban en manos de particulares y de empresas extranjeras, es decir eran privadas.
Resumo parcialmente: la decadencia no comenzó con las privatizaciones sino precisamente con las estatizaciones, pues estas coinciden cronológica y temporalmente con la pérdida de posiciones en el ranking mundial por parte de la Argentina, en materia de calidad social, institucional y económica.

Mientras pronunciaba su teatralizada conferencia de prensa, el líder caribeño con su singular talento para la vulgaridad, sacó de su bolsillo un papel, que según él contenía la siguiente leyenda: ¡Carlos Menem, oye Hugo, llámame! En medio de carcajadas del publico presentes, entre los que se incluyen nostalgiosos nacionalistas y algunos izquierdistas faranduleros, todos excitados hasta términos orgasmales, se dispuso a declarar, en tono de broma y dirigiéndose directamente al ex presidente, lo siguiente: “no; yo no te voy a apoyar a ti, mi candidata es Cristina: es ella… puejs”.
Cristina es el paradigma del llamado nuevo modelo (aunque su modelo sea más viejo que las monarquías europeas), y Carlos Menem, al que toda la izquierda insiste en caratularlo, por que le conviene, como el representante político del modelo opuesto, es el enemigo atacar. ¿Pero por que lo atacan, si políticamente esta muerto? En realidad no arremeten contra Carlos Menem, sino lo instrumentalizan para agredir a un sistema opuesto al suyo, sistema, que en rigor, poco tiene que ver con el ex presidente, pero a los colectivistas no le conviene que esto sea así por cuestiones obvias. La izquierda apostó a que la “cultura de la repetición” transformara, de pronto, una mentira total en verdad, y lo logró. Pero no importa. Ni aún así podrán justificar su esquema.
Pasaré por alto este pernicioso error conceptual, y me limitaré a informar al Sr. Hugo, que en los 90, la renta per. capita era cercana a los 7.000 dólares y hoy es de 3.500 dólares, que en los malditos 90, la diferencia entre el más rico y el más pobre era de 18 puntos y actualmente, gracias a la gestión de Kirchner, es de 30 puntos. Y todo esto en un contexto internacional extraordinariamente más favorable. Este último índice demuestra, que la pareja K, no es el paradigma de la distribución del ingreso sino de la concentración y de la inequidad. Y la medición anterior, agrega un elemento de respaldo a los dichos de Johan Norberg, referido al desarrollo de su país, Suecia, aplicable al caso argentino. Al respecto dice: “Suecia no se desarrolló con el socialismo y el Estado de Bienestar. Si hubiéramos redistribuido todas las propiedades e ingresos de Suecia, cada sueco viviría al mismo nivel que un Mozambiqueño”.


Volveré y haré millones.

Justamente, y como antes hablé del coronel, la semana pasada se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Eva Duarte de Perón. La fecha coincidía temporalmente con el lanzamiento de la candidatura de la Sra. Fernández de Kirchner. Esta última, en su improductiva gira por la España socialdemócrata, recibió muchas preguntas y consultas mediáticas que la comparaban con la difunta Evita. Pero los peronistas ortodoxos, los fundamentalistas del Estado, y los fanáticos de la distribución del ingreso, entre ellos Kirchner y el propio Chávez, reputan que las comparaciones son odiosas, y repiten en lo exterior el mismo discurso: Evita es única y no hay parámetros de comparación. Cristina, por su parte, comparte mediaticamente esta visión, aunque en lo profundo de su narciso corazón, cree exactamente lo contrario. Y yo también. Eva y Cristina representan exactamente lo mismo.
En su libro, la Razón de mi vida, Evita declaraba: "¡Qué buena persona era Miranda, que nos daba toda la plata que queríamos!". En realidad la plata que le daba Miranda, ministro de economía de Perón, a Evita, era dinero del campo sustraída a través del IAPI. Gracias a la riqueza expropiada al campo, “a esa oligarquía olor a bosta”, el gobierno financió la nacionalización de servicios públicos, la compra de bienes de capital de las empresas del Estado, los gastos corrientes del sector público, subsidios a las industrias y subsidios a la producción agrícola y ganadera, para mantener bajos los precios de los alimentos. Todo esto, por que Evita desenvolvió sus actividades públicas en un contexto internacional muy favorable como el actual. Fue una oportunidad perdida, y la simple comparación de la evolución argentina con otros países, que antes de esa fecha, estaban en la mismas o peores condiciones socioeconómicas que las nuestras, demuestra lo afirmado.
Por su parte, la reina Cristina, así calificada en un panfleto escrito por la periodista oficial Olga Wornat, tiene muchas similitudes con Santa Evita, así llamada por el escritor Tomás Eloy Martínez en su libro. Al igual que Evita, Cristina es una mujer sumamente atractiva, que llama la atención por su forma extravagante de expresarse, más que por el contenido de su discurso. Tiene una influencia en el gobierno nacional no menor a la que aquella líder, y además, su marido, se dedica a imitar las políticas que el viejo Coronel, marido de Evita, llevaba a cabo: Censurar a la prensa, nacionalizar empresas publicas, cerrar la economía y alejarlo del mundo civilizado, financiar al sector industrial con plata sustraída del campo, ahora a través de duras retenciones.
Por desgracia Evita no mintió. Reencarnó en Cristina y como lo prometió . Claro, con la plata del campo.

José Guillermo Godoy

sábado, 21 de julio de 2007

Mugrerío


Signos de tiempos de putrefacción


*por José Guillermo Godoy

"Señor Presidente: Me dirijo a usted con el objeto de presentarle mi renuncia indeclinable al cargo que ocupo como Ministra de Economía y Producción. La difusión de actos concernientes a mi vida privada vinculándolos con mi actividad pública, ha generado un daño inmerecido a mi honorabilidad que indudablemente afecta a nuestro gobierno. Deseo ya mismo, frente a las autoridades judiciales, quedar en un plano de igualdad como cualquier otro ciudadano, para esclarecer los hechos, de manera total y definitiva en el menor tiempo posible. Sin otro particular, saludo a usted atentamente". Con sincero afecto,
Escrito presentado por Miceli al Jefe de Gabinete, Alberto Fernández.

Fue la consecuencia tardía del pedido de declaración indagatoria presentada por el fiscal federal Guillermo Marijuán. A todo esto el mundo se hizo eco de la noticia. El británico
Financial Times titulaba, “Ministra argentina renuncia por el toiletgate” y califica la dimisión de "vergüenza política" para el presidente. Un diario de México se refiere al caso como "el escándalo del bañogate”. El New York Times y el Washington Post también lo incluyen en sus ediciones. "Dimite la ministra argentina que guardaba millones en el baño", consignó el español El País en su sitio Web. Un perfil titulado "La soldado disciplinada" aparece en El Mundo.
¡Vaya papelón! El deterioro al que nos conduzco el gobierno kirchneristas estos últimos años no apalea muchos precedentes. Basta analizar la calidad de su ministerio para entender el menoscabo argentino. Miceli y Picolotti, y los restantes funcionarios, son el reflejo de las causas del por que Argentina, nación próspera a principios del siglo XX, ubicada dentro de las primeras ocho potencias y con una renta per capita que superaba a la de Francia, se haya convertido actualmente en una nación periférica cuya renta per cápita se encuentra en los 3.500 dólares (que es comparable a la de Perú), mientras que la de Francia (quinta economía mundial) es de 30.693 dólares.
Pero las conciencias colectivas siguen alienadas a la superestructura del poder imperante. Según creen, Kirchner los sacó de las crisis más cruenta, gracias a él crecemos al 9%, él nos defiende antes los mercenarios especuladores que aumentan los precios. En fin es el caudillo que nuestra indiosincracia reclama.
La miopía del argentino medio es espeluznante. La superestructura kircherista liderada por el operador de prensa Alberto Fernández, ha logrado instalar, a través de muchos dólares y publicidad oficial, la errónea idea que sostiene con delirante convicción de que los cetrinos logros argentinos de este último tiempo se deben al accionar de la pareja reinante. Vaya burrada. En el año 2005, de los 220 países que hay en el mundo, crecieron 200. Haití progresó al 3%, mientras que África Subsahariana creció 5%. ¿No advertimos que estamos en el tramo creciente del ciclo económico mundial? ¿Alguien se dio cuenta que estamos desperdiciando una oportunidad única, y es con estos criterios con los que se debe juzgar al gobierno?
Aclaro: Argentina no crece gracias al régimen, sino a pesar de él.

Pero en fin, Miceli sigue sin devolver la bolsa y su magro currículum se compensa con su opulento prontuario. Como dijera José Luís Espert apenas asumió la ex ministra…”ojalá no lo extrañemos a Lavagna”.
Recuerden este concepto: nepotismo. Es un término galán que proviene del italiano nepote que significa sobrino. En un contexto de corrupción del papado a mediados del siglo XV, a los hijo de los Papas se los denominaba, con algo de cinismo, sobrinos (nepotes) y es así como César Borgia era “nepote” del papa Alejandro VI. De este modo la palabra nepotismo sirve para designar al gobierno que se sustenta en relaciones de parentesco. ¿Y por que esta reminiscencia? Por el simple hecho de que este termino es el que caracteriza con mayor precisión al régimen imperante. Y la novela de Micheli en este gobierno no es más que un ejemplo que respalda mi proposición.
La cultura del esfuerzo y del “merito” y muy especialmente del “merito”, que hicieron grande a la patria han quedado en el olvido.
Ni bien asumió como Presidente del Banco Central, Miceli nombró como asesor del Directorio a su novio Pacha Velasco. Sin embargo, los Velasco-Miceli cuidaron el detalle y el nombramiento como asesor fue “ad honorem”, de manera tal que la Miceli no pudiera ser acusada de “nepotismo”. Ricardo Daniel Velasco, conocido como “Pacha”, pasó de ser un carpintero de barrio a ocupar el lugar de hombre fuerte del Banco de la Nación Argentina , ostentando una cómoda situación económica, sin otro “mérito” que las posibilidades que le abrieron su noviazgo con la ascendente Felisa Miceli.
Su primera movida al respecto fue lograr que Miceli nombrara como vicepresidente segundo del Banco Nación a Ricardo Lospinnato, un contador que hace gala del “mérito” de ser amigo de juventud de Velasco, y uno de sus hombres de mayor confianza. El periodista Guillermo Cherasny afirma que el “Pacha”, también hizo que Miceli le cediera a Lospinnato la presidencia de la estratégica Nación AFJP, la poderosa administradora de fondos de jubilaciones y pensiones perteneciente al Nación, y que simultáneamente nombrara a su gente en la administradora de Fondos Comunes de Inversión Carlos Pellegrini. En el directorio de la FCI Carlos Pellegrini Velasco colocó a uno de sus hombres, Marcelo Lapuente; un abogado sin ninguna experiencia en cuestiones financieras. Como era de esperar, el nombramiento de Velasco ocasionó un fuerte cortocircuito entre Felisa Miceli y los directores que respondían a Roberto Lavagna. En la reunión de directorio en la que se aprobó su designación -reunión de la que se ausentó Miceli- uno de ellos, Juan Gulluscio, preguntó cuál era el fundamento para que alguien que no tiene otro antecedente profesional/laboral más que haberse desempeñado como carpintero, fuera designado asesor del Directorio del Banco más importante de la República Argentina. Según cuentan, la pregunta de Gulluscio fue seguida de un silencio sepulcral que fue roto por Lospinnato, quien justificó el nombramiento de Velasco argumentando que se trataba de “la pareja de la Señora Presidente ” (SIC). Ante tamaño argumento Gulluscio pegó el portazo y renunció al directorio del Nación.
Fuente: BrokersData.com.
Por otro lado y también dentro del macrocosmos de la superestructura reinante, Picolotti parece tener una gestión que huele más feo que el Riachuelo. A primera hora, la denuncia inicial contra la ministra fue radicada por el abogado Ricardo Monner Sans y recayó en el juzgado federal de Ariel Lijo, mientras que la segunda es del político peronista Juan Ricardo Mussa y quedó radicada en el juzgado de María Servini de Cubría. Todo esto surge a raíz de una excelente investigación del diario el Clarín, en el que se develan asombrosos datos que pasare a resumir. Picolotti contrató a otros 350 empleados (llegando a 600 empleados, duplicando la planta) sin que su necesidad e idoneidad fuera debidamente justificada. Según informó Clarín a través de varios de estos "contratos de locación de obra" la secretaria paga "salarios" importantes a una serie de parientes y amigos. Algunos ejemplos: Susana Verónica Franco, su asesora personal, es la novia de su hermano, Juan Picolotti, quien a su vez es su jefe de gabinete. Franco fue contratado por 8.000 pesos mensuales, el doble del monto de los mejores contratos vigentes en la administración pública.
Estas erogaciones habrían generado para este año un déficit de casi 18 millones de pesos en la cuenta de gastos de personal, y otros problemas domésticos: tantos empleados hay que ni siquiera caben en la sede de San Martín 451 y en el otro edificio que la Secretaría tiene en la boca del río Matanza.
Para viajar al interior del país, la secretaria Picolotti suele contratar los servicios de jets privados provocando altos costos injustificadamente. Según el prestigioso diario una de las ollas más espesas se cocina en el llamado Programa Integral Cuenca Matanza-Riachuelo, al que, sin mediar justificaciones convincentes, en un principio le fueron destinados 136 millones de pesos, que gracias a las transferencias a otros destinos enseguida bajaron a 92 millones. El desagregado geográfico de la ejecución presupuestaria del Programa Riachuelo muestra otra perla: se destinaron 650.000 pesos a la provincia de Córdoba (terruño de Picolotti) y otros 206.000 a la provincia de Entre Ríos. Cuesta imaginar la relación de ambas provincias con el porteñísimo Riachuelo, ironiza el investigador Claudio Savoia.
Cobijada por un presupuesto que se quintuplicó, blindada por el sostén de su mentor, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández —que un día antes de su asunción logró que la Secretaría fuera trasladada desde el Ministerio de Salud a su órbita, Picolotti sin embargo no pudo hacer uso de el halo de pureza del que muchos militantes sociales suelen alardear, pues no tiene la solidaridad de sus colegas ambientalistas, que al revés de defenderla, la atacan en oportunidad tengan.
“La de Picolotti es una gestión nula. Todos los temas urgentes están pendientes: no solucionó ninguno", cuestionó Daniel Sabsay, abogado constitucionalista y director de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). "Sólo se ha limitado a medidas cosméticas y mediáticas", agregó. “El Estado no tiene un solo diagnóstico propio sobre política ambiental", criticó el director de comunicación de Vida Silvestre, Claudio Bertonatti. “La del Riachuelo fue la única medida que se puso en marcha, y ya vimos cómo terminó: cuestionada por la propia Universidad de Buenos Aires”. “Hay algunas ideas, pero no se sabe cómo aplicarlas", opinó otro especialista y profesor universitario, Elio Brailovsky. (Notas del diario la Nación ).
Indigencia científica, cuanto de ordinario hay en este staff de lacayos. Lo más preocupante de todo es que los dos casos mentados no parecen ser la excepción, sino la regla. Nilda Garré, ex montonera militante, pero con los bolsillos “llenos de ideología” en su pasado menemista al ser agraciada titular del registro del Automotor porteño Nro 57, fue citada a declarar por un caso de contrabando de armas al extranjero. Guillermo Moreno, por su parte, esta siendo investigando a raíz del manejo del índice de precios al consumidor (IPC).
Nostalgias republicanas de principios de siglo me causan el recordar que Alvear se declaraba un simple ministro de 7 presidentes, en insigne elogio a sus colaboradores del gabinete. El ilustre Saavedra Lamas, extraordinario jurista y premio Nóbel de la paz, canciller argentino que nos llenara de orgullo y robusteciera el prestigio argentino, me pregunto que diría, si supiera de la existencia de un canciller como Jorge Taiana, propulsor de la anti- cumbre en Mar del Plata que consideró que los culpables de la visita de Bush a Argentina fueron: el dueño del maxikiosco, la sucursal del Banco de Galicia y la de alfajores Habana, destruidas por grupos de izquierda, en una revuelta “espontáneamente armada”, constituyendo una burla a la comunidad civilizada de Naciones.
Pero para que ahondar más. El extraordinario deterioro argentino es claramente ilustrado por el simple hecho que el mismo ministerio en donde desplegaron sus funciones y altos honores personajes de la talla de Sarmiento, Vélez Sarsfield y Roca, hoy sea afanado por Aníbal Fernández.

*Por José Guillermo Godoy
Miembro de la Juventud Recrear Tucumán

jueves, 12 de julio de 2007

¿Técnicos o políticos? (una disyuntiva anacrónica)

Por Agustín Viejobueno*

El divorcio aparente que existe entre el contenido de los términos “técnico” y “político”, aceptado como tajante y definitivo por un sector de la opinión pública que parece mayoritario – y no como mera descripción de la realidad, sino como condición obligada para el correcto desarrollo de la vida institucional (en sentido amplio) de una comunidad política –, llama la atención y merece una especial observación. Según se acepta comúnmente, la tarea que compete al “técnico” es radicalmente distinta de la que debe llevar a cabo el “político”, y supuestamente está muy bien que sea así, para evitar caer en “tecnocracias” sin ningún tipo de sensibilidad. Este fenómeno de opinión tal vez encuentre su raíz en dos probables causas; una, que corresponde a lo político, y otra propia de quienes deben elegir.
Si efectuamos un breve repaso de los grandes hombres que hicieron política en nuestro país durante el siglo XIX, nos encontramos con espíritus forjados estrictamente en la rigidez propia de la época, gracias a lo cual se encontraban versados en materias propias de la actividad que los apasionaba: política, derecho, economía, sociología. Moreno, Belgrano, Sarmiento, Mitre; hasta Roca, un militar pragmático, fue caracterizado por Félix Luna – en la inmensa biografía que le dedicara – como un asiduo lector de temas históricos y políticos. Pero, claro, está, los tiempos fueron cambiando, y la política también, al mismo tiempo que la sociedad mutaba su propia idiosincrasia. Y dos hechos cambiaron para siempre la política en el siglo XX: primero, el golpe de 1930 – con el cual se instalaron en el imaginario colectivo dos mensajes: primero, que la Constitución era un mero papel que podía ser violentado por cualquier grupo que no esté de acuerdo con el sector gobernante; segundo (y peor), que el Ejército era el depositario de la soberanía y del civismo, de la honradez y del juicio sobre la probidad o no de los gobiernos –; segundo, el acceso al poder del populismo-estatista-clientelar a mediados de la década del ’40. Estos dos hechos vaciaron de contenido a la política y la redujeron a su faz agonal (como define Maurice Duverger al aspecto referido a la lucha por el poder). El reemplazo de los programas de gobierno de largo plazo, plenos de signficado, por acciones oportunistas que fueran sumando votos y poder político, generaron que poco a poco los técnicos perdieran protagonismo como actores centrales de la política. A partir de la segunda mitad del siglo XX, un buen político ya no era un hombre versado en cuestiones públicas: era el hábil pragmático que podía generar poder y conservarlo, articulando de manera eficaz la contención de sectores disímiles y que interactuaban constantemente: los sindicatos, el Ejército, la Iglesia, etc.
Pero, tal como mencionamos recientemente, la sociedad fue mutando junto a la política (en lo que podríamos considerar un feedback de mutación asombroso) y los parámetros estimativos de la población se fueron alterando al mismo tiempo que otros paradigmas también se imponían; concretamente, la videopolítica, en la cual el efecto de una imagen pasó a despedazar el contenido de un mensaje que dejó de ser enunciado en el discurso y comenzó a tomar forma en el afiche, el pasacalle y el spot televisivo. Ya no importaba tanto la propuesta de un candidato; el homo videns, tal vez por preferencia propia, o por dejarse convertir en uno de los átomos despersonalizados de la masa que dejan arrastrarse junto a ella, optó por consumir figuras antes que contenido. La desinformación, las campañas negativas y el desinterés del ciudadano medio por las cuestiones públicas hicieron el resto.
Ni el exceso de ideología, ni la ortodoxa aplicación de habilidades y carisma para conservar poder, son las únicas alternativas que necesita nuestro país para enfrentar su paulatina decadencia. Hoy, cuando más se necesita de los “técnicos”, estos se encuentran escribiendo papers o dando conferencias; es por ello necesario resignificar el rol del político. La desvinculación que se ha producido ha desvirtuado el significado que debe asumir el técnico dentro del ámbito de lo político; y reasignar ese verdadero contenido es una cuenta pendiente dentro de la larga lista de espera que tiene nuestra sociedad en búsqueda de un avance hacia la ciudadanía real y hacia una madurez tolerable de conciencia cívica. No es excusa decir que no estamos preparados para ello, ni que hoy hacer política tiene otro significado. Si política y sociedad han mutado durante mucho tiempo hacia lo que tenemos, podemos sin duda hacer que vuelvan al punto de donde salieron. Sólo basta trabajo y voluntad para hacerlo.
El político del siglo XXI – así, político, sin comillas – no debe ser excluyentemente una figura carismática o el titiritero de una maraña de hilos de poder. El verdadero político, el completo hombre de Estado, debe también ser aquél que más versado se encuentre en cuestiones públicas, rodeado además de quienes sean los mejores junto con él. Llenar de contenido a figuras vacías es todo un desafío para los años que vienen, y un noble cometido de aquellos que pretendan hacer política para cambiar la realidad que vivimos. No es tarea fácil. Pero debemos entender que, siempre, sin excepciones, para llegar al final de una escalera debemos comenzar por subir el primer escalón.


* Licenciado en Ciencias Políticas – Vicepresidente de la Juventud Recrear Tucumán.

viernes, 29 de junio de 2007

La política de la mentira

por Agustín Viejobueno*


Las campañas mediáticas han resultado ser, en los últimos tiempos, eficaces instrumentos para cambiar la “mente social” que subyace tras el sutil velo que la separa de la opinión pública (cuya diferencia con la primera radica en su conciencia). El incesante bombardeo de información, distorsionada en la mayoría de los casos, y tendiente a confundir a los juicios individuales que uno a uno componen la opinión pública (y que luego pasarán a ser “mente social”) no da abasto, y siempre se desarrolla a través de figuras que gozan de la aceptación popular y de la estima de la gente. Actores, conductores de programas televisivos y radiales, cantantes, filósofos, historiadores pretendidamente “serios”, etc., integran un ejército de francotiradores que segundo a segundo disparan conceptos que pretenden direccionar las opiniones, las conductas y los patrones de estima de ciertos valores.
En este sentido, incluso expresiones ideológicas han sido demonizadas en tanto otras han adquirido una suerte de “manto de moralidad” que las hace potables ante el juicio de la “mente social” que los mismos formadores de opinión y de conciencia insuflan permanentemente. Así, ser “de derecha” es un pecado y ser “de izquierda” es políticamente correcto; ser “neoliberal” es un crimen y llevar en una remera el rostro del “Che” Guevara abre las puertas de la aceptación en numerosos círculos; manifestarse a favor del capitalismo genera la reacción de ser tildado de “salvaje” y decir que uno es “socialista” despierta aprobación por ser un sinónimo de “sensibilidad” para con el prójimo.
Es curioso que actualmente se identifique al liberalismo – al que se suele denominar, de manera peyorativa, “neoliberalismo” – con la derecha, cuando esta corriente de pensamiento nació, precisamente, como una reacción al poder absoluto de los reyes; y cuya mayor oposición surgió precisamente de los totalitarismos alemán e italiano (manifestados explícitamente como “antiliberales”), los cuales están situados en el extremo derecho del espectro ideológico. El liberalismo comparte posiciones tanto con la izquierda como con la derecha, y por eso sería tal vez más apropiado ubicarlo en el centro. La derecha es conservadora y el liberalismo es progresista; la derecha es nacionalista y el liberalismo defiende los beneficios de la globalización; la derecha es religiosa y el liberalismo es laico; la derecha protegerá a las empresas nacionales y el liberalismo abogará por la libertad de comercio que beneficie al consumidor; y las diferencias podrían seguir.
Por ello cuando se busca confundir diciendo “el candidato de la derecha” las “ideas de derecha” al aludir a hombres o proyectos que defienden la libertad, la división de los poderes, el Estado de derecho, etc., se comete un crimen cuya víctima es la conciencia individual, el juicio de las personas, pero fundamentalmente la verdad. Y la política (o mejor dicho, ciertos políticos) suele servirse de la mentira, la cual funciona como herramienta para fagocitar lo que realmente es, existe y se manifiesta de manera inequívoca.
Estas palabras no son para defender al liberalismo; son para intentar despertar una mirada crítica sobre los mentores de conceptos que son lanzados al aire y recogidos por aquellos a quienes más le sirven para que las sociedades no se desarrollen y los hombres sigan siendo presas de dádivas estatales y sistemas clientelares; y reproducidos como palabra santa y autorizada por el grueso de esa “mente social”, moldeada a paladar por aquellos gestores de la mentira. Incentivar la crítica, el juicio individual, la desconfianza ante lo que se escucha (incluso ante estas breves anotaciones que aquí exponemos) es un ejercicio que realza la dignidad del ser humano. Y eso es lo que nuestra sociedad necesita cada vez más: seres humanos, no meros receptáculos vacíos en los cuales cualquier mentiroso de turno deposite odio y resentimiento para edificar su propio ejército de inertes que usen una remera con el rostro de un hombre sin tener la más remota idea de cuánta gente habrá asesinado.


* Licenciado en Ciencias Políticas. Vicepresidente de la Juventud Recrear Tucumán.