jueves, 12 de julio de 2007

¿Técnicos o políticos? (una disyuntiva anacrónica)

Por Agustín Viejobueno*

El divorcio aparente que existe entre el contenido de los términos “técnico” y “político”, aceptado como tajante y definitivo por un sector de la opinión pública que parece mayoritario – y no como mera descripción de la realidad, sino como condición obligada para el correcto desarrollo de la vida institucional (en sentido amplio) de una comunidad política –, llama la atención y merece una especial observación. Según se acepta comúnmente, la tarea que compete al “técnico” es radicalmente distinta de la que debe llevar a cabo el “político”, y supuestamente está muy bien que sea así, para evitar caer en “tecnocracias” sin ningún tipo de sensibilidad. Este fenómeno de opinión tal vez encuentre su raíz en dos probables causas; una, que corresponde a lo político, y otra propia de quienes deben elegir.
Si efectuamos un breve repaso de los grandes hombres que hicieron política en nuestro país durante el siglo XIX, nos encontramos con espíritus forjados estrictamente en la rigidez propia de la época, gracias a lo cual se encontraban versados en materias propias de la actividad que los apasionaba: política, derecho, economía, sociología. Moreno, Belgrano, Sarmiento, Mitre; hasta Roca, un militar pragmático, fue caracterizado por Félix Luna – en la inmensa biografía que le dedicara – como un asiduo lector de temas históricos y políticos. Pero, claro, está, los tiempos fueron cambiando, y la política también, al mismo tiempo que la sociedad mutaba su propia idiosincrasia. Y dos hechos cambiaron para siempre la política en el siglo XX: primero, el golpe de 1930 – con el cual se instalaron en el imaginario colectivo dos mensajes: primero, que la Constitución era un mero papel que podía ser violentado por cualquier grupo que no esté de acuerdo con el sector gobernante; segundo (y peor), que el Ejército era el depositario de la soberanía y del civismo, de la honradez y del juicio sobre la probidad o no de los gobiernos –; segundo, el acceso al poder del populismo-estatista-clientelar a mediados de la década del ’40. Estos dos hechos vaciaron de contenido a la política y la redujeron a su faz agonal (como define Maurice Duverger al aspecto referido a la lucha por el poder). El reemplazo de los programas de gobierno de largo plazo, plenos de signficado, por acciones oportunistas que fueran sumando votos y poder político, generaron que poco a poco los técnicos perdieran protagonismo como actores centrales de la política. A partir de la segunda mitad del siglo XX, un buen político ya no era un hombre versado en cuestiones públicas: era el hábil pragmático que podía generar poder y conservarlo, articulando de manera eficaz la contención de sectores disímiles y que interactuaban constantemente: los sindicatos, el Ejército, la Iglesia, etc.
Pero, tal como mencionamos recientemente, la sociedad fue mutando junto a la política (en lo que podríamos considerar un feedback de mutación asombroso) y los parámetros estimativos de la población se fueron alterando al mismo tiempo que otros paradigmas también se imponían; concretamente, la videopolítica, en la cual el efecto de una imagen pasó a despedazar el contenido de un mensaje que dejó de ser enunciado en el discurso y comenzó a tomar forma en el afiche, el pasacalle y el spot televisivo. Ya no importaba tanto la propuesta de un candidato; el homo videns, tal vez por preferencia propia, o por dejarse convertir en uno de los átomos despersonalizados de la masa que dejan arrastrarse junto a ella, optó por consumir figuras antes que contenido. La desinformación, las campañas negativas y el desinterés del ciudadano medio por las cuestiones públicas hicieron el resto.
Ni el exceso de ideología, ni la ortodoxa aplicación de habilidades y carisma para conservar poder, son las únicas alternativas que necesita nuestro país para enfrentar su paulatina decadencia. Hoy, cuando más se necesita de los “técnicos”, estos se encuentran escribiendo papers o dando conferencias; es por ello necesario resignificar el rol del político. La desvinculación que se ha producido ha desvirtuado el significado que debe asumir el técnico dentro del ámbito de lo político; y reasignar ese verdadero contenido es una cuenta pendiente dentro de la larga lista de espera que tiene nuestra sociedad en búsqueda de un avance hacia la ciudadanía real y hacia una madurez tolerable de conciencia cívica. No es excusa decir que no estamos preparados para ello, ni que hoy hacer política tiene otro significado. Si política y sociedad han mutado durante mucho tiempo hacia lo que tenemos, podemos sin duda hacer que vuelvan al punto de donde salieron. Sólo basta trabajo y voluntad para hacerlo.
El político del siglo XXI – así, político, sin comillas – no debe ser excluyentemente una figura carismática o el titiritero de una maraña de hilos de poder. El verdadero político, el completo hombre de Estado, debe también ser aquél que más versado se encuentre en cuestiones públicas, rodeado además de quienes sean los mejores junto con él. Llenar de contenido a figuras vacías es todo un desafío para los años que vienen, y un noble cometido de aquellos que pretendan hacer política para cambiar la realidad que vivimos. No es tarea fácil. Pero debemos entender que, siempre, sin excepciones, para llegar al final de una escalera debemos comenzar por subir el primer escalón.


* Licenciado en Ciencias Políticas – Vicepresidente de la Juventud Recrear Tucumán.